Las elecciones en Cataluña ya tienen un ganador, un perdedor y un tercer invitado con una insaciable necesidad de protagonismo. El ganador es Salvador Illa, aunque está por ver si la aritmética le es favorable. El perdedor es, sin duda, Pere Aragonès, que ya ha asumido la derrota, anuncia que deja la primera línea política y, de paso, le pasa a su partido el marrón de decidir que hacer con este endiablado resultado electoral. Y el tercero en discordia es Carles Puigdemont, uno de los mayores ejemplos que podemos encontrar en la política nacional de que un liderazgo no puede basarse única y exclusivamente en la adoración del líder.
Siempre he mantenido que el ámbito de la política y el de la empresa están más conectados de lo que muchos políticos y empresarios creen. Y si hablamos de liderazgo, esta capacidad básica en ambos ámbitos de la vida surge como un elemento imprescindible para lograr los objetivos, ya sea una organización política o una compañía de cualquier tamaño.
Leyendo un artículo sin aparente relación alguna con estas cuestiones, hubo una frase que me hizo pensar en las escasas habilidades que Puigdemont demuestra para forjar un verdadero liderazgo en torno a su persona. La frase en cuestión es la siguiente: “Los CEO saben que es importante liderar con empatía y humanidad”.
Dejando a un lado la importancia de la humanidad cuando hablamos de relaciones interpersonales, considero que la empatía es un ingrediente fundamental sobre el que pueda germinar el liderazgo de una persona sobre el resto de su organización. Y aquí es donde Carles Puigdemont pincha en hueso, especialmente con sus declaraciones una vez conocidos los resultados, el anuncio de presentarse a la sesión de investidura con el único objetivo de señalar a ERC y con las amenazas poco veladas a los dos únicos partidos que en los últimos años lo han aguantado como socio de Gobierno: el PSOE de Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados y la Esquerra de Oriol Junqueras en el Palau de la Generalitat.
Un rasgo básico de la empatía es la capacidad de ponerse en el lugar de tu interlocutor para entender cuáles son sus pensamientos y sus sentimientos hacia una cuestión importante para ambas partes. A partir de esta premisa, Puigdemont no ha mostrado ningún tipo de empatía hacia sus socios de gobierno en Cataluña hasta hace tres días y no ha esperado ni siquiera a que los republicanos puedan fijar su posición dentro de una negociación post electoral.
Todo lo contrario, ya que cuando el cuerpo yacente de Aragonès aún estaba caliente, Puigdemont declaró desde su guarida en el sur de Francia que ERC debía acatar sus órdenes y formar parte de un “Gobierno de obediencia catalana” que excluya la ecuación al PSC y lo encumbre a él como ganador absoluto de las elecciones, algo tan alejado de la realidad que solo una persona con una excepcional falta de empatía puede proclamar como si realmente se lo creyera.
Respecto a la falta de empatía con su otro socio de Gobierno en Madrid, la resaca electoral en Cataluña está marcada por una Ley de Amnistía diseñada por Pedro Sánchez expresamente para librar a Puigdemont y los suyos de cualquier responsabilidad durante el mal denominado ‘procés’ a cambio de seguir un ratito más en La Moncloa.
Pero no. La empatía tampoco surgió por este flanco. De otra forma no se explica que le pida al PSC que se olvide de que ha ganado las elecciones, que se haga a un lado y se abstenga para que él pueda gobernar con quién sea que quiera pactar con su partido, una formación que ya nada tiene que ver con el espacio post convergente del que teóricamente procede.
Por tanto, según Carles Puigdemont, la empatía es amenazar a tus socios de Gobierno prácticamente con las diez plagas bíblicas si no hacen lo que él necesita para lograr lo que él denomina “restitución” del Gobierno de Cataluña. Yo, en cambio, lo llamo un chantaje repugnante en términos políticos que nada tiene que ver con un liderazgo real y efectivo.