
Los cambios en las estrategias y políticas empresariales de los últimos tiempos se posicionan a favor de un ambiente de trabajo distendido, donde el jefe lejos de ser un líder que infunda miedo en sus empleados, se acerca más a la figura de un amigo. Encontrar un punto medio donde no se pierda la autoridad, ni por exceso ni por defecto, es una tarea añadida para cualquier líder.
Cuando el ambiente de trabajo en una empresa es distendido a todos los niveles, nacen las relaciones personales entre empleados y jefe. Es lógico si pensamos que la dedicación que llega a requerir una empresa convierte a nuestros empleados casi en parte de la familia, pasamos más tiempo con ellos que con cualquier otra persona y los vínculos crecen más allá de lo meramente profesional. Las bromas, las risas, el “buen rollo”, pasan a ser un objetivo más de la lista de tareas diarias. De hecho se ha demostrado que aquellos empleados que se “divierten” mientras desempeñan su labor, resultan más productivos para la empresa. Acuden al trabajo con ganas y eso se plasma en los resultados.
Esa idílica situación laboral comprende riesgos. Si como jefes nos mostramos cercanos, abiertos y comprensivos, estamos expuestos a que nuestros trabajadores sobrepasen los límites, o como suele decirse, nos arriesgamos a “dar la mano y que nos cojan el codo”. Un hecho que debemos contemplar como posible y para el que no existen formulas infalibles. Si nos pasamos el día entre chascarrillos e ironías, con el sentido del humor siempre presente, el cambio de registro en nuestras palabras y directrices cuando la situación requiere seriedad, puede resultar demasiado chocante para el empleado. Podemos llegar a mostrarnos demasiado serios y autoritarios, alejados del modelo de líder colaborador con el que queremos identificarnos, pero es complicado encontrar el punto medio.
Al jefe el poder le viene dado por la jerarquía, pero la autoridad aparece con el buen desempeño del cargo. Estamos de acuerdo en que debemos alejarnos de los golpes sobre la mesa para hacernos oír, los descalificativos y la actitud impositora, que amedrentan al empleado y lo hacen menos productivo, pero salir de ahí no debe implicar entrar en la perdida absoluta de autoridad.
En definitiva para lograr un buen ambiente laboral con nuestros trabajadores, hay que esforzarse en aprender a desarrollar una actitud distendida y relajada, que conozca los límites y restricciones, donde el líder sabe demostrar que él es el capitán pero que no podría hacer navegar el barco sin sus marineros