Agustín Nuño

Consultor Comercial, Formador en Ventas, Mentor comercial y experto en hacer que las empresas y personas aumenten la productividad con un proceso probado que me permite garantizar resultados.

Agustín Nuño

De entre todas las cosas que se nos exigen a los líderes que estamos al frente de una empresa, y por tanto de un equipo humano, quizás la gestión de las emociones sea uno de los factores más complicados y a la vez determinantes.

En lo que respecta al equipo, conseguir que las energías personales de todos fluyan en la dirección adecuada como significado de una buena gestión de las emociones interiores, es responsabilidad casi completa del líder. No es que debamos ejercer como psicólogos a tiempo completo, ni que tengamos que estar en una constante implicación emocional con nuestros empleados, de hecho esa actitud sería desencadenante de resultados negativos. La gestión de emociones es más bien una cuestión de saber ejercer de filtro ante el sentimiento interno de los trabajadores, desarrollando esa empatía tan necesaria en el líder, sin implicarnos a título personal, pero preocupándonos por actuar como catalizador de los posibles problemas derivados de esas emociones para aprovecharlas en nuestro favor.

De otra parte, si nos centramos en el valor humano del líder y en sus propias preocupaciones, es más que lógica la necesidad de que, por el bien de su autoridad como jefe, sepa controlar sus propias emociones. Tanto si se trata de emociones positivas como negativas, estas van a determinar el grado en que se desarrolle su carisma. Aquí hay que recordar la necesidad de una buena capacidad comunicativa, ya que todo lo que envuelve a un mensaje, una actitud, o una acción, es comunicación, y la forma en que sea transmitida influye en quien recibe la información.

Con frecuencia surgen en el líder sentimientos de miedo al fracaso, frustración, negatividad, tensión y falta de confianza en sí mismo, algo por otra parte completamente normal y comprensible como consecuencia de la responsabilidad que lleva consigo el cargo. Sin embargo, manifestarlo con total libertad a ese equipo que depende en gran medida de ti y de tus capacidades para llevar al éxito cada acción emprendida, puede derivar en un contagio epidémico de malas sensaciones que obstaculice el rumbo deseable de la empresa.

Tampoco es que si existen problemas en torno a todo lo concerniente a la empresa, tengamos que ponernos una máscara de absoluta felicidad y confianza antes de salir de casa para aparentar que todo marcha bien. Eso sería signo de total hipocresía, además de muy difícil de conseguir. De hecho la mejor fórmula, sea cual sea la situación, es la neutralidad.

Es más, una técnica tremendamente eficaz aplicable a  la gestión de emociones, es aprender a no ser excesivamente positivos y expresivos cuando las cosas marchan bien. Cuando las cosas salen como esperamos, es más fácil mantenerse “frío” o distante emocionalmente hablando, sin desarrollar una actitud de fuegos artificiales y sumun de la felicidad, ya que el carga de la positividad es menor que la de la negatividad. Parece absurdo tener que controlarse ante algo bueno, pero de esta forma cuando nos ocurra algo negativo, sabremos donde esta la frontera en la que cortarle el paso a esa negatividad y nuestra expresión de las emociones será más productiva que si nos transformamos en un libro abierto de ilusiones y frustraciones compartidas.

Una vez más, todo lo que nos hace humanos como líderes al frente de una empresa requiere de reflexión, observación y análisis de uno mismo,  y cambios de actitud en nuestra forma de ver los éxitos y los fracasos. Un trabajo duro de autocrítica y aprendizaje que llegado el momento, nos permitirá convertirnos en el líder casi “perfecto” que logre todo éxito deseado.