Aunque los vendedores consideramos que nuestro peor enemigo es nuestra competencia, existen una serie de enemigos encubiertos que nos hacen cada día, no solo no conseguir nuestros objetivos comerciales, sino convertirnos en peores vendedores.
Nuestro primer, y gran, enemigo es la procrastinación. El “lo dejo para mañana”, “seguro que mañana estoy más inspirado” … ¿os suena, no? Pues este enemigo es el encargado de que no pongamos todos nuestros esfuerzos en conseguir los objetivos de ventas y mejoremos nuestra eficiencia, y la de nuestra compañía en su conjunto.
El mejor remedio que yo conozco para dejar la procrastinación a un lado es el seguimiento por parte de otra persona. Por ejemplo, decirle a vuestra pareja, a algún amigo o, incluso, a un compañero de trabajo con el que os llevéis bien, qué teneis planificado para el día de hoy. Una vez que terminéis con vuestro trabajo pedidle que compruebe si lo habéis realizado todo. En 25 días no tendréis que pedirle nada, ya que vuestro organismo habrá aprendido por sí solo a dejar la procrastinación a un lado.
Nuestro segundo enemigo es más interno, aún, que el primero de ellos: las excusas. ¿Cuántas veces no llegáis al objetivo propuesto y comenzáis a echarle la culpa a lo mal que está mercado, a los clientes poco receptivos, a la feroz competencia o a otros miles de motivos externos? La única forma de ganarle el pulso a este enemigo es hacernos responsables de nuestros actos. De nada sirve culpar de nuestro mal trabajo a los demás, debemos aprender a que no somos tan buenos como nos creemos ni tan malos como dicen. Así que, si no has vendido, TÚ no has cumplido el objetivo, y eres el único responsable de ello.
Nuestro tercer enemigo, más encubierto que el resto, es el perfeccionismo. ¿Parece mentira, no? Pues sí, el perfeccionismo a veces nos lleva hasta el punto de “no lo hago, porque no sé hacerlo bien”. Yo siempre comparo el hacer algo con los recién aprobados del carnet de conducir. Si un novato tiene miedo de conducir un coche porque no sabe conducir bien aún y decide no cogerlo nunca, ¿a qué le llevaría? A no conducir nunca, ya que olvidaría lo aprendido. Pues esto mismo ocurre con el trabajo, poco a poco debemos ir realizando tareas, aunque no nos salgan del todo bien. Nadie nace sabiendo, o eso dice mi querida madre.
Espero que mi artículo os haya abierto un poco los ojos y, como no, os ayude a enfrentaros a esos enemigos silenciosos que todos tenemos.
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